“Cojer con forro, vivir sin forros”
Por Marcelo Butierrez
Les tiembla la mirada, miran hacia todos lados tratando de no llorar, se revuelven en la silla y transpiran miedo. Aunque no se den cuenta están llorando, tienen la mirada vidriosa y el rostro pálido y piensas en todo y en nada, pero sobre todo en vivir. Segundos atrás alguien les dijo que son VIH positivo.
La secuencia se repite todo el tiempo pero siempre con rostros diferentes: amas de casa y docentes, policías y privados de la libertad, obreros y comerciantes, gays y homofóbicos. Gente con rostro, con historias, con vivencias que los volvieron seres vulnerados y los expusieron al VIH. El chabón que a los cuarenta y pico se divorcio y volvió a la joda hasta que se cruzo con una piba que le voló la cabeza y se encamaron sin forro. La mina con dos hijos que conoció a un tipo copado con alta moto y se fueron de gira todas las madrugadas mientras las criaturas dormían por cuanto telo de $60 conseguían y bueno, el forro te lo debo. La piba que a los 16 años fue violada a la salida de un baile y que llego tres meses después al centro de salud con un embarazo no deseado y VIH en periodo ventana, y que cinco años después cayó en sala de infecciosas con terrible pulmonía y las defensas por el piso. Y ese bebé que va a pasar toda su vida tomando una pastilla que nadie le va a decir para que es. El que, como yo, en un boliche gay conoce un pibe masculino de 20 años y se lo lleva a la cama, y se despierta tres meses después con la noticia de que el pibe tiene VIH. Y ahora qué?
Con suerte tu familia te escucha y te dice que te va a acompañar; tu pareja se hace el test y esta “sana” y te dice que te va a querer igual; tenés un amigo que vive con el virus hace tres años y cerveza de por medio te dice que todo va a estar bien, que él te va a llevar a su médico.
Pero más de las veces te sentís solo. Y estás solo. Porque llegaste hasta ese lugar porque el sistema te privo de la educación, de las herramientas y del bienestar material para ir cada año al doctor y hacerte un buen chequeo. Porque llevas toda tu vida trabajando en negro y no te sobran seis horas para ir a dormir a la puerta de un hospital público y pedir un turno para que dentro de tres meses un doctor te diga que te vendría bien hacerte un test de VIH. Porque cuando llegas al médico te ven morochito y afeminado y te dicen cualquier cosa para no atenderte. Porque cuando vas con un calza ajustada a denunciar que te violaron, la policía piensa que seguramente vos provocaste, por andar así vestida, que un hijo de puta te violara y en realidad no tenés otra ropa, porque este país no te da la oportunidad de crecer, sólo te da un subsidio que apenas alcanza para parar la olla y listo. Y ni hablar si sos trans, directamente no te atienden; te morís y ya, porque para algunos idiotas tu vida no vale ni ocho mil pesos.
Porque la epidemia no es el VIH. La epidemia es la exclusión, la vulneración y la discriminación. Y la estupidez. Porque al VIH le doy la pelea todas las noches con dos pastillas y listo, pero a la cara de la gente que me mira de reojo cuando camino con mi novio de la mano me la tengo que bancar todos los días todo el día; porque al médico voy tres veces al año a controlarme, pero “heteros” que me gritan puto por la calle veo cada semana y porque me sacan sangre tres veces al año, pero minitas que dicen “que desperdicio de chico” escucho a cada rato.
Y saben qué? Me canse. Ya hasta creo que vamos a encontrar una cura para el virus antes que una solución a la ignorancia. Y la verdad, preferiría que se cure el prejuicio, porque total con VIH ya aprendí a vivir.